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Ahi viskochoo

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Relato

CAFÉ, TÉ Y POLVORONES

La Misa de Navidad acabó unos minutos antes de lo que pensaban. Las tres señoras ( impecablemente maquilladas, perfumadas y enjoyadas ), se dirigieron a su cafetería de siempre, en la que pasaban los tiempos muertos de sus programadas y aburridas vidas.

Ninguna de las tres cumpliría ya los cuarenta y cinco. Incluso – una de ellas- ya estaba casi apagando las velas del cincuentenario. Pero se defendían con uñas y dientes de los estragos del tiempo, a base de dietas, masajes, algo de ejercicio y cientos de euros invertidos en cosmética y cualquier producto de brujería moderna que se pudiese adquirir en establecimientos especializados.

Su alegre taconeo se vio interrumpido abruptamente : la cafetería, "su" cafetería, estaba cerrada a cal y canto. Cosas de las fiestas navideñas.

Se les cayó el mundo encima. ¿ Dónde iban ellas ahora?. Su vida social se circunscribía a dos lugares públicos en el pueblo : la Iglesia y la Cafetería.

En la primera, alimentaban su espíritu y hacían las paces con Dios una y otra vez. En la segunda, ante una taza de su infusión favorita, despellejaban a media humanidad, criticando todos los eventos públicos y privados de quienes no integrasen su reducidísimo círculo de tres.

Remolonearon ante el cerrado establecimiento, sin ninguna gana de marcharse a sus respectivos domicilios. De repente, una de ellas, sugirió- como con miedo- una posibilidad casi vergonzante : el nuevo local abierto por un tal "Luciano". Las otras la miraron sorprendidas. La mayor, esposa del farmacéutico del Pueblo, abrió la boca para reprenderla; pero una idea cruzó bajo el casco de su pelo enlacado, y , cambiando de idea sobre la marcha, asintió diciendo : "¡ Pues sí. Vamos a cotillear un poco, que me han dicho que es de un extranjero!".

Trotaron calle abajo, con toda la ligereza que les permitían sus altos tacones. Antes de entrar, miraron sus respectivos relojitos de oro, calculando el tiempo disponible antes de la Comida de Navidad.

El local, bastante limpio, estaba iluminado con la luz de un gran ventanal. En una de las mesas, unos chicos jóvenes hablaban con lengua enrevesada.

Son rumanos. – dijo una de ellas por lo bajini – A ese de ahí lo contrata mi marido para la cosecha de naranja. ¡ Qué guapo es el puñetero!.

Pues esos dos son ucranianos, a los que nosotros les alquilamos uno de los pisos que tenemos vacíos. El más bajito tiene unos ojos divinos.



Y ese de los jeans ajustados es búlgaro. Que me lo cruzo todas las mañanas cuando voy a por el pan . Se llama Dritán, que me lo dijo la de la panadería. ¡Y está para hacerle un favor!. ( lo último lo dijo en voz muy baja, para que no la oyesen sus amigas ).

¿ Y cómo se entenderán, hablando cada uno una lengua distinta?.



¡ Mujer!- chapurrearán el inglés, o algo de español. Además, los jóvenes , con reirse ya tienen bastante. ¡Mira como nos miran!.

El dueño del local, un italiano de veintitantos años, se acercó muy sonriente.

¿Qué tomarán las señoras?

Café – dijeron dos al mismo tiempo.



Yo, té – dijo la tercera.

¿No querrán – también – algún polvorón?.

Bueno, pues ya que lo dice sí. ¡ Para eso estamos en Navidad!.



De acuerdo. Enseguida lo traigo todo.

Mientras nos sirven, aprovecharé para hacer un pis.

La más joven de las tres, dejó el abrigo de pieles en el asiento y, estirándose la falda hacia abajo, pasó por delante de la mesa de los jóvenes en dirección al baño. A los pocos minutos de desaparecer por la puerta, se levantó uno de los chicos y entró tras ella. Nadie – aparentemente-se fijó en el detalle.

Nati, entró en el único baño. Constaba de un pequeño cubículo, con un espejo desconchado, un lavabo que había conocido tiempos mejores y un urinario de pared, casi pegado a la puerta que comunicaba con el excusado.

Con una mueca de asco se levantó la falda, bajándose la faja y las bragas conjuntamente hasta las corvas. Con mucho cuidado en no tocar el sanitario, puso varios trozos de papel higiénico sobre el borde de la taza, sentándose con un suspiro y con el tiempo justo antes de lanzar un sonoro chorro de orín que dio de lleno en el agua del fondo. A la vez, y sin poder contenerse, soltó una pequeña ristra de peditos, que sonaron escandalosos en el silencio húmedo del retrete. Rió nerviosamente. Al apretar , había notado como una necesidad perentoria de evacuar unas caquitas. Intentó relajarse, aprovechando las inusuales ganas de su vientre eternamente estreñido.

Apenas comenzaba a asomar la primera porción , cuando oyó abrirse la puerta exterior. Automáticamente extendió los brazos, para cerrar su puerta a miradas indiscretas. No pudo pasar el pestillo… porque no había. A los pocos segundos, casi a dos palmos de ella, oyó un potente chorro repicar en el urinario. Entreabrió – sin poderse contener- la puerta, atisbando por la rendija. De perfil, ante sus mismas narices, una gruesa verga – sin descapullar- aún estaba soltando ingentes cantidades de líquido amarillo, que humeaba al contacto con el aire frío del exterior. Al acabar, el muchacho la agitó agarrándola con los dedos pulgar e índice de la mano derecha, aprovechando para deslizar la piel hacia atrás. La mujer, desde su escondrijo, alucinó en colores al ver la bellota casi violeta que se gastaba el búlgaro. Porque era el búlgaro.

¡ Madre de mi alma, qué cosa! – pensó en voz alta la beata. Y su voz sonó como un pistoletazo en el silencio del water.

El búlgaro debía ser sordo, porque no se inmutó. Al contrario, con toda la pachorra del mundo, desabrochó el botón superior de sus jeans, y , metiendo la mano entre sus ropas, sacó a la superficie un par de huevazos que hacían juego con las proporciones descomunales de su príapo. Resbalaron los desabrochados pantalones nalgas abajo, hasta quedar precariamente sujetos a la altura de sus corvas. Ante la mirada ávida de la mujer madura, el cuerpo atlético del chico del Este quedó tan hermoso como una estatua del mismísimo Miguel Angel. Los abundantes vellos pubianos correteaban vientre arriba, hasta caer en el hoyito del ombligo. Los muslos podían ser la envidia de un futbolista de Primera División. Y los atributos sexuales podían ser enarbolados tranquilamente por un "boy" que se ganase la vida haciendo estriptease.

La mano de la beata cobró vida propia, como las de esas películas de miedo. Y, sin miedo de ninguna clase, comenzó a acariciarse la húmeda entrepierna. Húmeda de orín, húmeda de flujo, húmeda de su propia saliva…

La intempestiva desnudez del búlgaro, estaba totalmente fundada : quería hacerse una paja, iba a hacerse una paja, se estaba haciendo una paja…

El rostro, entre duro y angelical del extranjero, se inclinó hacia abajo, tirando un hilo de saliva que dio justo en la diana de su glande. Con esta lubricación tan barata, sus dedos comenzaron a masajear el tronco de su verga. Primero lentamente. Luego, más rápido. Los dos dedos fueron sustituidos por la mano plena. La mujer, con los ojos desorbitados, veia el puño agarrando el miembro por su base… y aún hubiese hecho falta otro puño igual para poder cubrir todo el falo.

La blusa la estaba sofocando. Se la abrió de arriba abajo, dejando sus senos palpitantes casi desnudos. Se pinzó un pezón a través del sujetador, mientras la otra mano incrementaba su danza macabra en la olvidada raja. Olvidada por su marido meses y meses. Hambrienta de cariño y de un buen trozo de carne. Como esa carne que le mostraba el búlgaro. Porque se la estaba mostrando. Ahora se daba cuenta. ¡ Lo había pillado mirándola, mientras ella lo miraba!.

El joven se apartó del urinario, poniéndose frente a la puerta. Con un ligero golpe de cipote, la puerta chirrió suavemente y quedó abierta de par en par. Tan abierta como estaba la boca de la beata. Tan abierta como estaba su vagina…

En cuestión de segundos, la verga fue engullida por la boca con empastes de oro. Le faltaban manos a la interfecta para sobar el nalgatorio del mozuelo, para sopesar sus testículos, para acariciar el muslamen cubierto de un vello tan rubio y tan suave como un campo de trigo. Si la concha de la beata hubiese tenido cuerdas vocales, hubiese gritado su deseo. Y, como si tuviese un sexto sentido, el venoso pollón salió de su habitáculo gargantil y, poniendo el búlgaro a la beata mirando hacia la Meca ( más o menos ), le endiñó su pistola del 24 largo hasta las cachas. Temblaron las carnes de la madura con reminiscencias de flan. La vagina vociferaba en silencio el gustazo que sentía. Los chasquidos de los cuerpos al juntarse y separarse resonaron gratamente como música celestial en los oidos afinados de la mujer ( era solista en el coro de la iglesia ). Jugueteaba el niño con la entrada posterior del templo. Un dedo calloso metió hacia dentro lo que , con tanto esfuerzo, había sacado la mujer hasta la puerta. Luego, ante el silencio administrativo, se hizo acompañar por un abogado que, sin separarse ni un momento de su cliente, interpeló al esfínter para que cediese en sus pretensiones de impedir el paso de la justicia. Y, por fín, saliendo de su despacho de paredes acolchadas, apareció el Juez Supremo, el del birrete morado y grueso cuerpo endurecido en la aplicación de la Ley. Salieron a recibirle los dedos , dejando paso a su Señoría. Y el Juez, con toda su majestad, entró en la Sala por la puerta trasera, haciendo oidos sordos al aullido – nada beatífico – de la santa mujer.

Empalada por aquella verga de película porno, la beata se agarraba a la cañería de la cisterna. Pero no era para apartarse, sino para tener un punto de apoyo y poder lanzar las nalgas hacia atrás, para recibir en su integridad el inmenso vergajo que le estaba haciendo el culo chichinas.

En el apogeo del polvo, sin saber lo que hacía, metió la cabeza en la taza, refrescando su frente con el agüita amarilla. El chico, mirando el reloj de pasada, vio que – para una meada- el tiempo era excesivo. Como colofón del tema, aupó a la cuarentona hasta sus caderas. Ella cruzó las piernas tras la espalda de él, agarrándose frenéticamente a tan deseadas carnes y ofreciendo – a cambio – su culo pelado como una mona de Gibraltar. Entró la verga por la vía natural de la mujer , que quedó empalada como un pinchito moruno. Saltó ella dando brinquitos, como los niños en las norias, buscando el acomodo perfecto para la verga del extrajero. El chico, recordando a su madre perdida por aquellas estepas centroeuropeas, se amorró a las tetas perfumadas de la zorra beatona. Y, con un pezón rodándole entre los labios, eyaculó hasta el alma en el interior del infierno femenino. Allí no encontró sufrimiento y rechinar de dientes, sino la alegría inmensa de cruzarse en el camino con la corrida salvaje, incontenible y abundante , de la feliz cuarentona. Y si tuvieron rechinar de dientes, fue por el gusto que se dieron mutuamente.

***

Las amigas la vieron aparecer como un alma en pena. Pero de pena nada de nada. Que venía sonriente y ¡ relamiéndose!. Con el pelo mojado, la blusa medio desabotonada, el ritmmel en los labios y el rouge en los ojos. Una goma de la faja le arrastraba por el suelo. En el tobillo, una media dormitaba enroscada como una serpiente. Las otras no dijeron nada. Hicieron de tripas corazón y se juraron así mismas no preguntar nada. ¡Nobleza obliga!. ¡ Que no se creyese que , ellas, eran unas vulgares cotillas!.

Oye, Nati, que ya íbamos a ir a buscarte. ¿ Tú sabes lo que has tardado?.

Es que … tenía que dar un apretón.

Ya, ya. ¡ Menudo apretón ¡!. ¡ Te habrás ido por el desagüe!.

Mujer. Irme, lo que se dice irme, sí que me he ido…

Vale, vale. Tómate el café, que lo tendrás helado. Y el polvorón.

No. Solo el café. ¡ Que el POLVORON ya me lo he tomado!.

Y, la muy zorra guiñó el ojo al búlgaro, el cual – parece ser – entendía perfectamente el español.

Saliendo de allí, ya casi en la puerta, la desmelenada sugirió con voz meliflua :

Me gusta este sitio.¡ Deberíamos venir más veces, que nuestra Cafetería es muy aburrida!.¡ Y sus polvorones no tienen punto de comparación!.

Carletto.

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Published by sonidero
6 years ago
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