Una de mis primeras experiencias (primera parte)
Mis padres nos obligaban a ir a ver opera y ballet cuatro o cinco veces en el año. La opera siempre me gustó como los conciertos de música sinfónica, ya que desde los cinco años concurría al Conservatorio Santa Cecilia, y allí entre las clases de piano y canto, desarrolle mi gustó por la lírica y la música clásica.
Pero al ballet siempre fui obligado y no entendía o no lograba entender las coreografías clásica o modernas. Solo me resultaba interesante el concurrir cuando teníamos buenas ubicaciones y con los prismáticos, poder acercar casi hasta mi boca aquellos bultos de los bailarines que alimentaban mis fantasías mas brutales y aquellos culos fibrados con la raja marcada hasta el exceso y confundir según las luces, si bailaban desnudos para mi en una danza morbosa de excitación y lujuria perversa y exhibicionista.
Recuerdo con nitidez, en mi memoria, la velada que fuimos a ver a Godunov, aquel bailarín ruso, enfundado en su maillot blanco impoluto, extremadamente pegado a su piel como si fuera parte de ella, encajándose en su entrepierna que dejaba ver como sus huevos y su rabo habían sido deliberadamente atados y comprimidos hacia arriba para encajarlos en el suspensorio y como el maillot se le metía en la raja del culo, marcando con nitidez la robustez y el tamaño de sus nalgas. Aquella raja seguro tendría varios centímetros de profundidad hasta poder llegar al ojete. Se veían torneadas por horas de barra sin llegar a estar musculadas en exageración ni tampoco redondas como de una mujer.
Siempre he soñado que con las horas que dedican a ensayar, debería ser una gozada ver esos maillots humedecidos del sudor de un culo depilado y donde todo el sudor se escurriera por medio de las nalgas.
Tenía once o doce años, cuando fuimos a ver por primera vez el Bolshoi. Recuerda que se presentaban un par de días con diferentes coreografías y que mis padres, por compromisos que tenían, solo pudieron sacarnos entradas con ellos en un buen sitio, para ver Las Silfides. Pero reconozco que si debo elegir una coreografía, sin lugar El Cascanueces me logra agradar por la calidad que debe tener el bailarín principal.
Así que pedí permiso a mis padres para que me permitieran ir a ver El Cascanueces y por falta de localidades no tuve otra opción que verlo desde la tertulia o gallinero. Eso es casi desde un sexto séptimo piso y sin posibilidades de sentarse.
Sabedor de este detalle, me presente en el teatro con suficiente tiempo de antelación para poder escoger mejor sitio y estar en primera fila para poder apoyarme contra la barandilla cuando mis piernas ya no soportaran tantas horas estar de pie.
Así fue, como entré y pude elegir un buen sitio. El teatro se fue llenando y fui disfrutando ver desde arriba como poco a poco aquella mega estructura de coliseo italiano, se iba poblando de gente y como subía el cuchicheo de la gente que impaciente quería que comenzara la representación.
Comenzó a las ocho de la noche, y a las ocho menos dos minutos comenzaron las luces de los palcos a atenuarse hasta que finalmente la lampara central con cientos de lamparillas también comenzó a reducir su intensidad.
Solo quedaba una luz tenue que iluminaba el pesado telón morado y oro, que lentamente comenzó a subirse y recogerse hacia los laterales.
Salieron los primeros bailarines y la magia se apodero de la escena.
Transcurridos treinta o cuarenta minutos del inicio de la representación, noté la presencia muy cercana a mis espaldas de la persona que pudiera estar detrás de mi. Pero no hice caso y tampoco me giré para ver de quien se podía tratar, si de un hombre o de una mujer, si de un hombre joven o mayor, sencillamente no hice caso y continúe disfrutando de aquel ballet.
Pero algo me distraía de forma involuntaria. A veces era el calor de la cercanía del cuerpo de esa persona, otras veces, sentía muy cerca su respiración en mi nuca o en mis orejas, y poco a poco notaba como mi cuerpo se estremecía sin poder contenerlo.
Quería seguir con atención lo que sucedía en el escenario, pero aquellas sensaciones que quería creer fueran involuntarias, me hacían perder la concentración, y poco a poco comencé a sentir como mi cuerpo comenzaba a sufrir un calor interior que nunca antes había experimentado.
Pero ese calor nervioso, en vez ser desagradable, estaba unido a un placer lujurioso y de excitación del cual no podía tener control ni tampoco podía frenar o retener, al contrario el efecto de aquella sensación era de una gran parálisis y de una espera frenética por saber como seguiría in crecendo y hasta donde podría soportar.
Poco a poco fui descubriendo que el provocador de aquella sensación, era un hombre de unos treinta años que estaba exactamente detrás de mi, y que solo dejando un centímetro o dos entre su cuerpo y el mío, permitía que su calor y su vibración fueran detectadas por mi piel.
En un momento algún pax de deux del primer bailarín desató la euforia del público que comenzó con júbilo a aplaudir aquella exquisita destreza de calidad, lo que permitió que rozara su brazos con mi espaldas por primera vez. Paralizado , helado y petrificado, dejé que aquel roce solo fuera un roce circustancial.
Pero no, al ver mi rostro sonrojado, mis labios entreabiertos de la excitación, y mi inmovilidad, lo alentó a seguir en su lujuriosa provocación.
Pasados unos minutos de los aplausos, y ante mi asombro y también incredulidad, pude sentir una leve vibración en mi entrepierna. Algo así como si un aire que hubiera entrado inesperadamente se hubiera colado entre mis pantalones y hubiera movido ligeramente y sutilmente la tela del pantalón de mi traje.
Quise obviar aquel suceso, pero ya totalmente abducido por aquellas sensaciones, era imposible continuar prestando atención al ballet. Así que a los pocos minutos pude comprobar como disimuladamente y con mucha delicadeza en medio de mis dos piernas, se deslizaba suavemente lo que creí intuir era su pierna.
Solo sentí el roce sigiloso y momentaneo, para comprobar mi aceptación a su juego y así poder continuar. Yo quieto, impávido, adormecido por el calor fulgurante que recorría mi cuerpo, acepté aquella propuesta que solo había comenzado allí.
Intentó una segunda vez, una tercera y una cuarta. En cada intento, el roce era menos subjetivo y cada vez el roce de su pierna y su rodilla, subía más por mi entrepierna.
Cuando ya llego a mis nalgas, retiró su pierna flexionada, y comenzó levemente a rozarme con su mano el muslo interior de la pierna derecha.
Con gran maestría para no levantar sospechas, sus movimientos eran arrítmicos, lo que provocaba en mi, mas desesperación, nervios y goce.
Poco a poco rozaba con la palma de su mano un muslo de una pierna y como mi excitación me obligaba a cerrar las piernas, con la otra cara de la mano, rozaba el muslo de la pierna contraria, quedando atrapada su mano en el sitio donde yo no dejaba que el avanzara hasta ese momento, pero luego cuando abria mis muslos y lograba sacar su mano, cuando la volvía a meter, permitía que subiera un poco más arriba.
En ese juego mutuo de permisos y avances, lo inevitable estaba por llegar, lo inevitable querido y deseado. Que su mano, llegara a mi entrepierna que yo le aprisionara y que èl pudiera sentir el calor húmedo de mi entrepierna.
Bastaron dos veces para que su mano entrara en mi entrepierna y pudiera ver como sus dedos largos y flexibles, cogieran mis huevos y mi rabo.
Mi rabo totalmente erecto, a punto de correrse de la excitación, obligaron a que nuevamente quitara la mano de mi bragueta.
Pero, morboso y maquiavelico como seria aquel hombre, no se dio por vencido, así fue como intentó una tercera vez, y yo totalmente entregado vi como su mano giraba por delante de mi pantalón y como sus dedos magistralmente bajaban mi cremallera y como en cuestión de segundos mi rabo y mis huevos estaban totalmente en su poder.
Furioso del frenesí, no pudiendo desprenderme de aquellas garras tan calientes y manejadas con tanta maestría, en un movimiento brusco me giré y sin mirarlo a los ojos, me abrí pasó entre las personas que estaban detrás de mi y de él, y me dirigi sin mirar hacia atrás al baño mas cercano que encontré.
Entré al baño, me apoyé en el mármol boticcino de la pared, solo para sentir el frío y tranquilizarme. Mi respiración era jadeante y mi corazón un tambor desbocado, vi que todavia tenia baja la cremallera del pantalón, pero no me preocupó.
Aflojé al siguiente segundo el nudo doble de mi corbata de seda italiana para que desabrochando seguidamente el primer y segundo botón de mi camisa, entraran aire a mi pecho sudado.
No habían pasado dos minutos de todo aquello, cuando escuché que la puerta del pasillo que comunica a los baños se abría. Y mi corazón se volvió a estremecer y solo pedía que el segundo sonido fuera el de la puerta del baño de las mujeres. Pero no, la puerta que se abrió fue la del baño de los hombres. Yo de espaldas a la entrada y todavia recostada con mi lateral sobre la pared, alcancé a descubrir por la sombra de aquel hombre, el color de su traje, la respiración nerviosa, que no había posibilidad de error, y que allí nuevamente nos encontrabamos los dos solos y sin que nadie nos pudiera escuchar ni m*****ar.
Sentí como con dos pasos avanzo hacia mi, y como nuevamente aquel calor furioso, aquel cuerpo mas grande que el mio me cubría, y como un brazo se deslizaba en mi entrepierna, y con el otro mi giraba la cara y me ponia frente a sus labios para ahogarme con su lengua e impedir que gritara cuando sus dedos quitaban de mi pantalón y de mi calzoncillo mi rabo erecto, duro, descapullado y húmedo de la excitación.
Me giró y me apoyó con violencia sobre la pared, se arodillo frente a mi y con una mano metí sus dedos en mi boca y con la otra metia sus dedos en medio de mis nalgas buscando mi ojete, y su boca comenzaba a mamar mi rabo con demencia como si aquella boca se tragaría todo hasta mis huevos.
Sus dedos encontraron mi ojete y primero fue uno pero al mismo segundo fue el siguiente y hasta el tercero no paró.
Su boca embravecida, jugosa de miel caliente, no paraba de chuparme desde la punta del capullo hasta la base de inicio de los huevos, cuando quitaba el rabo de la boca, al mismo instante entraba mis dos huevos gordos que los apretaba con sus labios y los estiraba cuando nuevamente se los quitaba para volver a escupirme el rabo y mamarmelo con mas virulencia.
No se en que momento logró desprenderme el cinturón, lo unico que mi memoria trae a mis recuerdos, es mi pantalon y mi calzoncillos bajos, y yo girado nuevamente contra la pared de marmol boticcino italiano, y mis nalgas abiertas y mi ojete dilatado ya por sus dedos, para embestirme con su polla y metermela de una sola vez.
Yo sin poder reaccionar, en estado de extremo placer y vicio, no opuse resitencia, solo recuerdo mi sudor recorrer mi torax, mi espalda, mi frente, y como un hilo de voz jadeante emanaba de mi garganta, no suplicando nada, solo eran destellos, fulgores de placer, Su rabo duro y gordo, entró con faciliad en mi culo, no solo entró sino que pudo limar mi cueva y darse el gusto de quitarla cada tres o cuatro embestidas, para que sintiera como su capullo me volvia a abrir el ojete y que sintiera aquella sensación tan vertiginosa como es sentir el orto lleno y vacio, y como se cierra y se abre, como se agranda y se comprime, como se ensacha y se alarga.
Supuse que estaba a punto de correrse, porque en un giro me puso de cuclillas frente a èl, y apoyando sus huevos en mis labios y mi nariz, comenzó a pajearse sobre mi cara. Aquellos huevos humedos, olorosos y calientes rebotaban sobre mi boca abierta y mi lengua sedienta, hasta que sentí que su respiracion se entrecortaba, su jadeo se tornaba hueco y agudo, y una catarata de leche espesa, blanca corria sobre mi cara, mojandome las orejas, los ojos, la nariz y la boca.
Fueron cinco chorros largos y abundantes, seguidos de dos mas cortos y tres o cuatro gotas, encargandose de con su capullo restregarmela por toda mi cara y guiandolas hacia mi boca para que me las comiera antes que se enfriaran
Baje la mirada y solo recuerdo que al momento de volver a levantarla me encotraba solo en el baño. Escuché que el público aplaudía y supuse que habia terminado el primer acto, lo que me obligo a reponerme rapidamente y meterme en un water, para sentarme y recobrar mi tranquilidad
Llegaron mas hobmres al baño, y tambien se fueron, al cabo de unos minutos la función volvió a comenzar, yo salí del water, me lave la cara, mi miré frente al espejo, mi abroché los botones de la camisa, comprobé que la cremallera de mi pantalon estuviera subida, y limpie con mi pañuelo, los restos de leche sobre mi chaqueta. Me peine y salí del baño.
No entré nuevamente a la sala, y bajé por las escaleras hasta el foyer y de allí salí a la calle.
Era invierno, el aire frío terminó por hacerme despertar de aquella noche de ballet.
Regrese varias veces a la misma ubicación pero nunca mas vi a aquel hombre, ni su sombra, ni su calor.
Lo recuerdo con mucho placer, con mucha intensidad y con mucho ardor juvenil.
Pero no fue ni la primera vez ni la ultima que un teatro de opera me daba una lección de sexo en medio de una función.
La proxima vez os contaré el siguiente suceso en un teatro de opera, en la otra punta del planeta y con una situación de mucha mas intensidad, riesgo y morbosidad.
Pero al ballet siempre fui obligado y no entendía o no lograba entender las coreografías clásica o modernas. Solo me resultaba interesante el concurrir cuando teníamos buenas ubicaciones y con los prismáticos, poder acercar casi hasta mi boca aquellos bultos de los bailarines que alimentaban mis fantasías mas brutales y aquellos culos fibrados con la raja marcada hasta el exceso y confundir según las luces, si bailaban desnudos para mi en una danza morbosa de excitación y lujuria perversa y exhibicionista.
Recuerdo con nitidez, en mi memoria, la velada que fuimos a ver a Godunov, aquel bailarín ruso, enfundado en su maillot blanco impoluto, extremadamente pegado a su piel como si fuera parte de ella, encajándose en su entrepierna que dejaba ver como sus huevos y su rabo habían sido deliberadamente atados y comprimidos hacia arriba para encajarlos en el suspensorio y como el maillot se le metía en la raja del culo, marcando con nitidez la robustez y el tamaño de sus nalgas. Aquella raja seguro tendría varios centímetros de profundidad hasta poder llegar al ojete. Se veían torneadas por horas de barra sin llegar a estar musculadas en exageración ni tampoco redondas como de una mujer.
Siempre he soñado que con las horas que dedican a ensayar, debería ser una gozada ver esos maillots humedecidos del sudor de un culo depilado y donde todo el sudor se escurriera por medio de las nalgas.
Tenía once o doce años, cuando fuimos a ver por primera vez el Bolshoi. Recuerda que se presentaban un par de días con diferentes coreografías y que mis padres, por compromisos que tenían, solo pudieron sacarnos entradas con ellos en un buen sitio, para ver Las Silfides. Pero reconozco que si debo elegir una coreografía, sin lugar El Cascanueces me logra agradar por la calidad que debe tener el bailarín principal.
Así que pedí permiso a mis padres para que me permitieran ir a ver El Cascanueces y por falta de localidades no tuve otra opción que verlo desde la tertulia o gallinero. Eso es casi desde un sexto séptimo piso y sin posibilidades de sentarse.
Sabedor de este detalle, me presente en el teatro con suficiente tiempo de antelación para poder escoger mejor sitio y estar en primera fila para poder apoyarme contra la barandilla cuando mis piernas ya no soportaran tantas horas estar de pie.
Así fue, como entré y pude elegir un buen sitio. El teatro se fue llenando y fui disfrutando ver desde arriba como poco a poco aquella mega estructura de coliseo italiano, se iba poblando de gente y como subía el cuchicheo de la gente que impaciente quería que comenzara la representación.
Comenzó a las ocho de la noche, y a las ocho menos dos minutos comenzaron las luces de los palcos a atenuarse hasta que finalmente la lampara central con cientos de lamparillas también comenzó a reducir su intensidad.
Solo quedaba una luz tenue que iluminaba el pesado telón morado y oro, que lentamente comenzó a subirse y recogerse hacia los laterales.
Salieron los primeros bailarines y la magia se apodero de la escena.
Transcurridos treinta o cuarenta minutos del inicio de la representación, noté la presencia muy cercana a mis espaldas de la persona que pudiera estar detrás de mi. Pero no hice caso y tampoco me giré para ver de quien se podía tratar, si de un hombre o de una mujer, si de un hombre joven o mayor, sencillamente no hice caso y continúe disfrutando de aquel ballet.
Pero algo me distraía de forma involuntaria. A veces era el calor de la cercanía del cuerpo de esa persona, otras veces, sentía muy cerca su respiración en mi nuca o en mis orejas, y poco a poco notaba como mi cuerpo se estremecía sin poder contenerlo.
Quería seguir con atención lo que sucedía en el escenario, pero aquellas sensaciones que quería creer fueran involuntarias, me hacían perder la concentración, y poco a poco comencé a sentir como mi cuerpo comenzaba a sufrir un calor interior que nunca antes había experimentado.
Pero ese calor nervioso, en vez ser desagradable, estaba unido a un placer lujurioso y de excitación del cual no podía tener control ni tampoco podía frenar o retener, al contrario el efecto de aquella sensación era de una gran parálisis y de una espera frenética por saber como seguiría in crecendo y hasta donde podría soportar.
Poco a poco fui descubriendo que el provocador de aquella sensación, era un hombre de unos treinta años que estaba exactamente detrás de mi, y que solo dejando un centímetro o dos entre su cuerpo y el mío, permitía que su calor y su vibración fueran detectadas por mi piel.
En un momento algún pax de deux del primer bailarín desató la euforia del público que comenzó con júbilo a aplaudir aquella exquisita destreza de calidad, lo que permitió que rozara su brazos con mi espaldas por primera vez. Paralizado , helado y petrificado, dejé que aquel roce solo fuera un roce circustancial.
Pero no, al ver mi rostro sonrojado, mis labios entreabiertos de la excitación, y mi inmovilidad, lo alentó a seguir en su lujuriosa provocación.
Pasados unos minutos de los aplausos, y ante mi asombro y también incredulidad, pude sentir una leve vibración en mi entrepierna. Algo así como si un aire que hubiera entrado inesperadamente se hubiera colado entre mis pantalones y hubiera movido ligeramente y sutilmente la tela del pantalón de mi traje.
Quise obviar aquel suceso, pero ya totalmente abducido por aquellas sensaciones, era imposible continuar prestando atención al ballet. Así que a los pocos minutos pude comprobar como disimuladamente y con mucha delicadeza en medio de mis dos piernas, se deslizaba suavemente lo que creí intuir era su pierna.
Solo sentí el roce sigiloso y momentaneo, para comprobar mi aceptación a su juego y así poder continuar. Yo quieto, impávido, adormecido por el calor fulgurante que recorría mi cuerpo, acepté aquella propuesta que solo había comenzado allí.
Intentó una segunda vez, una tercera y una cuarta. En cada intento, el roce era menos subjetivo y cada vez el roce de su pierna y su rodilla, subía más por mi entrepierna.
Cuando ya llego a mis nalgas, retiró su pierna flexionada, y comenzó levemente a rozarme con su mano el muslo interior de la pierna derecha.
Con gran maestría para no levantar sospechas, sus movimientos eran arrítmicos, lo que provocaba en mi, mas desesperación, nervios y goce.
Poco a poco rozaba con la palma de su mano un muslo de una pierna y como mi excitación me obligaba a cerrar las piernas, con la otra cara de la mano, rozaba el muslo de la pierna contraria, quedando atrapada su mano en el sitio donde yo no dejaba que el avanzara hasta ese momento, pero luego cuando abria mis muslos y lograba sacar su mano, cuando la volvía a meter, permitía que subiera un poco más arriba.
En ese juego mutuo de permisos y avances, lo inevitable estaba por llegar, lo inevitable querido y deseado. Que su mano, llegara a mi entrepierna que yo le aprisionara y que èl pudiera sentir el calor húmedo de mi entrepierna.
Bastaron dos veces para que su mano entrara en mi entrepierna y pudiera ver como sus dedos largos y flexibles, cogieran mis huevos y mi rabo.
Mi rabo totalmente erecto, a punto de correrse de la excitación, obligaron a que nuevamente quitara la mano de mi bragueta.
Pero, morboso y maquiavelico como seria aquel hombre, no se dio por vencido, así fue como intentó una tercera vez, y yo totalmente entregado vi como su mano giraba por delante de mi pantalón y como sus dedos magistralmente bajaban mi cremallera y como en cuestión de segundos mi rabo y mis huevos estaban totalmente en su poder.
Furioso del frenesí, no pudiendo desprenderme de aquellas garras tan calientes y manejadas con tanta maestría, en un movimiento brusco me giré y sin mirarlo a los ojos, me abrí pasó entre las personas que estaban detrás de mi y de él, y me dirigi sin mirar hacia atrás al baño mas cercano que encontré.
Entré al baño, me apoyé en el mármol boticcino de la pared, solo para sentir el frío y tranquilizarme. Mi respiración era jadeante y mi corazón un tambor desbocado, vi que todavia tenia baja la cremallera del pantalón, pero no me preocupó.
Aflojé al siguiente segundo el nudo doble de mi corbata de seda italiana para que desabrochando seguidamente el primer y segundo botón de mi camisa, entraran aire a mi pecho sudado.
No habían pasado dos minutos de todo aquello, cuando escuché que la puerta del pasillo que comunica a los baños se abría. Y mi corazón se volvió a estremecer y solo pedía que el segundo sonido fuera el de la puerta del baño de las mujeres. Pero no, la puerta que se abrió fue la del baño de los hombres. Yo de espaldas a la entrada y todavia recostada con mi lateral sobre la pared, alcancé a descubrir por la sombra de aquel hombre, el color de su traje, la respiración nerviosa, que no había posibilidad de error, y que allí nuevamente nos encontrabamos los dos solos y sin que nadie nos pudiera escuchar ni m*****ar.
Sentí como con dos pasos avanzo hacia mi, y como nuevamente aquel calor furioso, aquel cuerpo mas grande que el mio me cubría, y como un brazo se deslizaba en mi entrepierna, y con el otro mi giraba la cara y me ponia frente a sus labios para ahogarme con su lengua e impedir que gritara cuando sus dedos quitaban de mi pantalón y de mi calzoncillo mi rabo erecto, duro, descapullado y húmedo de la excitación.
Me giró y me apoyó con violencia sobre la pared, se arodillo frente a mi y con una mano metí sus dedos en mi boca y con la otra metia sus dedos en medio de mis nalgas buscando mi ojete, y su boca comenzaba a mamar mi rabo con demencia como si aquella boca se tragaría todo hasta mis huevos.
Sus dedos encontraron mi ojete y primero fue uno pero al mismo segundo fue el siguiente y hasta el tercero no paró.
Su boca embravecida, jugosa de miel caliente, no paraba de chuparme desde la punta del capullo hasta la base de inicio de los huevos, cuando quitaba el rabo de la boca, al mismo instante entraba mis dos huevos gordos que los apretaba con sus labios y los estiraba cuando nuevamente se los quitaba para volver a escupirme el rabo y mamarmelo con mas virulencia.
No se en que momento logró desprenderme el cinturón, lo unico que mi memoria trae a mis recuerdos, es mi pantalon y mi calzoncillos bajos, y yo girado nuevamente contra la pared de marmol boticcino italiano, y mis nalgas abiertas y mi ojete dilatado ya por sus dedos, para embestirme con su polla y metermela de una sola vez.
Yo sin poder reaccionar, en estado de extremo placer y vicio, no opuse resitencia, solo recuerdo mi sudor recorrer mi torax, mi espalda, mi frente, y como un hilo de voz jadeante emanaba de mi garganta, no suplicando nada, solo eran destellos, fulgores de placer, Su rabo duro y gordo, entró con faciliad en mi culo, no solo entró sino que pudo limar mi cueva y darse el gusto de quitarla cada tres o cuatro embestidas, para que sintiera como su capullo me volvia a abrir el ojete y que sintiera aquella sensación tan vertiginosa como es sentir el orto lleno y vacio, y como se cierra y se abre, como se agranda y se comprime, como se ensacha y se alarga.
Supuse que estaba a punto de correrse, porque en un giro me puso de cuclillas frente a èl, y apoyando sus huevos en mis labios y mi nariz, comenzó a pajearse sobre mi cara. Aquellos huevos humedos, olorosos y calientes rebotaban sobre mi boca abierta y mi lengua sedienta, hasta que sentí que su respiracion se entrecortaba, su jadeo se tornaba hueco y agudo, y una catarata de leche espesa, blanca corria sobre mi cara, mojandome las orejas, los ojos, la nariz y la boca.
Fueron cinco chorros largos y abundantes, seguidos de dos mas cortos y tres o cuatro gotas, encargandose de con su capullo restregarmela por toda mi cara y guiandolas hacia mi boca para que me las comiera antes que se enfriaran
Baje la mirada y solo recuerdo que al momento de volver a levantarla me encotraba solo en el baño. Escuché que el público aplaudía y supuse que habia terminado el primer acto, lo que me obligo a reponerme rapidamente y meterme en un water, para sentarme y recobrar mi tranquilidad
Llegaron mas hobmres al baño, y tambien se fueron, al cabo de unos minutos la función volvió a comenzar, yo salí del water, me lave la cara, mi miré frente al espejo, mi abroché los botones de la camisa, comprobé que la cremallera de mi pantalon estuviera subida, y limpie con mi pañuelo, los restos de leche sobre mi chaqueta. Me peine y salí del baño.
No entré nuevamente a la sala, y bajé por las escaleras hasta el foyer y de allí salí a la calle.
Era invierno, el aire frío terminó por hacerme despertar de aquella noche de ballet.
Regrese varias veces a la misma ubicación pero nunca mas vi a aquel hombre, ni su sombra, ni su calor.
Lo recuerdo con mucho placer, con mucha intensidad y con mucho ardor juvenil.
Pero no fue ni la primera vez ni la ultima que un teatro de opera me daba una lección de sexo en medio de una función.
La proxima vez os contaré el siguiente suceso en un teatro de opera, en la otra punta del planeta y con una situación de mucha mas intensidad, riesgo y morbosidad.
12 years ago